A París viaja con frecuencia y prueba de ello son sus primeras pinturas de paisajes urbanos parisinos. Su estancia en la meca del arte, desde 1957 ―año de su primera exposición individual―, le servirá por un lado para desarrollar la llamada Serie Luminosa, compuesta por veintidós obras que trasladan al lienzo las impresiones retenidas en su memoria de rincones urbanos de Italia que le fascinaron. Una serie donde se percibe la tensión mantenida entre la luz y el color. Por otro lado, decide empezar a pintar cuadros de las calles y plazas de París. Cuadros que trasformen en una sugestiva luminosidad los días grises y tristes de la ciudad de las luces, logrando en otros una singular exaltación colorista. Ambas visiones darán lugar a una magnífica serie de lienzos de gran tamaño, como “Le Pont des Arcs” o “Place Blanche (1957)”. De esa época son también algunos bodegones con los que continúa indagando la esencia y la simplicidad misma de los objetos.


